martes, 16 de noviembre de 2010

Como el agua - Camarón (solo audio)

la Unesco declara al Flamenco "Patrimonio de la Humanidad"


Al final se ha conseguido después de dos intentos. El flamenco acaba de ser declarado Patrimonio inmaterial de la Humanidad en la sesión que la Unesco celebra esta semana en Nairobi. Asimismo han sido declarados también en la misma categoría: el canto de la Sibila mallorquín, la dieta mediterránea y el arte de la cetreria. Es todo un ejemplo de lo importante que son los valores identitarios y de las manifestaciones en las que los individuos, o un grupo, ve reflejadas sus señas de identidad. Es evidente que el Flamenco es la más viva expresión de un pueblo y que forma parte del modo de vida de muchas personas desde tiempo inmemorial. El Flamenco además está vivo. Afortunadamente no está en peligro y ello implica que, lo mismo que sucedió con el tango o con otras manifestaciones culturales que han sido declaradas patrimonio inmaterial de la Humanidad, con esta declaración se les da una notable proyección. No estaría de más que además se velara por conservar su pureza y por eliminar las contaminaciones que lo desvirtuan y lo desnaturalizan. Es evidente que una música o un cante puede servir de inspiración para otras músicas, pero una declaración como la de hoy, tendría que velar además por mantenerlo inalterable y con toda su esencia para legarlo a las generaciones futuras sin adulteraciones. Hoy todos los andaluces nos sentimos mucho más orgullosos de ver que la Unesco ha elevado a su máxima categoría, no solo una manifestación artística y cultural, sino una forma de vida con mucho "duende".

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Último adiós a Alfonso E. Pérez Sánchez en la Fundación Focus-Abengoa el próximo 8 de noviembre en Sevilla


El próximo 8 de noviembre la Fundación Focus-Abengoa rinde un homenaje póstumo a Alfonso E. Pérez Sánchez. Todos los que queráis uniros a este acto estáis invitados a las 8 de la tarde. Os dejo el perfil humano e historiográfico que escribí sobre mi maestro en el último número de la Revista Goya:

Alfonso E. Pérez Sánchez in memoriam


Acercarse a la biografía intelectual y al perfil humano de Alfonso E. Pérez Sánchez es adentrarse en una persona excepcional, de curiosidad infinita, y deseo absoluto de búsqueda del conocimiento desde sus primeros años. La historia natural y la catalogación de los insectos determinaron ya entonces su voluntad de sistematizar y diseccionar el saber. Lector empedernido, sus inicios estuvieron marcados por su contacto con la literatura de viajes, con las enciclopedias que se conservaban en la casa familiar de La Palma (Cartagena), y también con las instructivas ilustraciones del popular chocolate Amatller, su primer contacto infantil con lo que más tarde sería para él el apasionante mundo de las imágenes. Su familia estaba vinculada a la Universidad Popular de Cartagena; su madre y su madrina, maestras nacionales republicanas y amigas de Carmen Conde fueron depuradas tras la Guerra Civil, como también lo sería su padre, inspector de trabajo. Las enseñanzas y el ejemplo de todos ellos fueron fundamentales en su formación. Estos hechos marcaron su personalidad, como su primer recuerdo con apenas dos años, agarrado a las piernas de su padre por entre las que vio en la distancia el bombardeo de Cartagena en noviembre de 1936, o su agradecimiento al sacrificio de sus padres que vivieron la difícil posguerra sólo con la idea de dar a su hijo lo que consideraron más importante: una educación. Su vocación por la historia del arte surgió con la lectura de las críticas de exposiciones de José Camón Aznar en el Abc. La voluntad de estudiar Filosofía y Letras en Valencia, apoyado por su familia, y luego su traslado a Madrid con el deseo de cursar también dirección de cine en la Escuela Oficial, determinaron que en el quinto curso de la carrera conociera a quien marcó definitivamente su vocación docente e investigadora, don Diego Angulo. Como el propio Pérez Sánchez reconoció siempre, las clases de Angulo le ayudaron “a mirar, a conocer, a precisar y a sentir” y un viaje a Italia con Pita Andrade terminó de anudar su vocación histórico-artística en la primavera de 1957. En 1960 publicó su memoria de licenciatura Iglesias mudéjares del reino de Murcia en Arte Español bajo la dirección de Angulo. Hoy muchas de esas iglesias ya no existen y en ese estudio avanzaba conclusiones sobre el término “morisco” y sus implicaciones sociológicas, que denotan desde el principio su interés por los valores históricos y culturales de las manifestaciones artísticas. Su descubrimiento e identificación con la obra de arte real, en directo, queda de manifiesto en sus declaraciones, al reconocer que: “ mis condiciones de memoria visual y una educación fundamentalmente visiva me alejaban de la especulación teórica –que con frecuencia, en mis lecturas, veía en contradicción con lo que los ojos me indicaban- y me abocaba a un mundo, el de los connaiseurs de vieja tradición historiográfica, desdeñado con frecuencia en el plano teórico, pero que en realidad había configurado sectores importantísimos de la historia del arte, ya patrimonio común”. Su beca en el Instituto Diego Velázquez del CSIC le puso en contacto con el ambiente -hoy perdido- de la junta de ampliación de estudios. La labor de compañerismo y estudio junto a Isabel Mateo, Elisa Bermejo y Margarita Estella, le hicieron partícipe de un tipo de formación que combinaba la devoción al maestro con el amor al conocimiento, reflejado en los denominados “miércoles del Velázquez” en los que Angulo, los Gómez Moreno, Sánchez Cantón y Gaya Nuño departían con los becarios e investigadores del Instituto.

TESIS DOCTORAL Y PRIMERAS INVESTIGACIONES

El tema de su tesis doctoral fue propuesto por su maestro Angulo, precisamente con el deseo de que en España hubiera especialistas de materias no españolas, de ahí su título, Pintura italiana del siglo XVII en España. La obtención de una beca en el Zentralinstitut für Kunstgeschichte de Münich en el curso 1960-1961, le brindó la oportunidad de entrar en contacto con una biblioteca de referencia, excepcional en su tiempo, y de conocer a grandes historiadores como Halldor Soehner, entonces director de la Alte Pinakothek. Al regreso de su estancia alemana dio clases de arte, literatura y filosofía en el Instituto Ramiro de Maeztu y se le brindó la ocasión de trabajar en el Museo del Prado donde entró -como a él le gustaba definirse- “como chico para todo”, al mismo tiempo que hacía suplencias de las clases que había impartido en la Universidad don Francisco Javier Sánchez Cantón antes de su jubilación. Leyó su tesis doctoral en 1963, publicada en 1965 con una ayuda de la Fundación Valdecilla de la Universidad Complutense. Poco después se le encomendaron encargos de curso en la universidad y, tras la creación de la especialidad de historia del arte en 1967, sus cursos monográficos se convirtieron en clásicos, desbordando la asistencia de alumnos, más de trescientos, sobre todo el siempre recordado por sus discípulos dedicado a Velázquez, acompañado de excursiones y visitas con alumnos, así como reuniones en su casa, donde se escuchaba desde Cimarosa a Mahler y del cancionero popular a Edith Piaf, y se leía poesía, se hablaba de teatro, cine, arte y arquitectura, poniendo en práctica un concepto de la universidad hoy extinguido por completo en España. Algunos de esos alumnos de los primeros cursos fueron sus discípulos más cercanos, siendo hoy nombres propios de la historiografía española. En 1965 participó, con treinta años, en las oposiciones convocadas a Cátedra de Historia del Arte en la Universidad Complutense, que obtuvo Federico Torralba. Dos años después, Pérez Sánchez ganó la Agregación de Arte Moderno y Contemporáneo en la Complutense.

SU INCORPORACIÓN AL MUSEO DEL PRADO

Su relación con el Museo del Prado fue en aumento desde 1961 a 1968 con Francisco Javier Sánchez Cantón director y Xavier de Salas subdirector. Su ocupación fundamental fue la de revisar los depósitos, que él mismo denominaría más tarde en expresión afortunada “el Prado disperso”. Consciente de las carencias de nuestra historiografía artística, con muchos años de retraso con respecto a la europea, reivindicó en esos años la necesidad de elaborar “corpus” de distintas materias, que evitaran la pérdida, por desconocimiento, de numerosas obras de arte. Esta es precisamente una de las más valiosas aportaciones que los historiadores españoles debemos a Angulo y a Pérez Sánchez. Cada momento histórico ha de ser evaluado en sus propias circunstancias, y cuando maestro y discípulo acometieron el titánico trabajo de A Corpus of Spanish Drawings en sus cuatro volúmenes -publicados en inglés por no hallar editor español en esas fechas (1975-1988)- ordenando y sistematizando el dibujo español, no había nada parecido en nuestro país. Reivindicar algo tan desconocido como el dibujo español en esos años, contrastaba con el conocimiento ya avanzado del dibujo de otros países, lo que indica el rigor intelectual y la sensibilidad de sus autores, que actualizaron con modernidad el intento anterior de Sánchez Cantón en sus Dibujos españoles. En la misma línea hay que citar el proyecto de la Historia de la pintura española del CSIC, donde los mismos autores publicaron su Pintura madrileña del primer tercio del siglo XVII, 1969, Pintura madrileña del segundo tercio del siglo XVII, 1983 y la Escuela Toledana de la primera mitad del siglo XVII, 1972. El interés especial de Pérez Sánchez por el dibujo y el deseo de estudiar in situ las colecciones de dibujos españoles, propició que el Gabinete de dibujos y estampas de los Uffizi le encargara en 1971 la exposición Disegni Spagnoli, lo que le permitió continuar su amistad y colaboración con grandes especialistas del dibujo italiano, como Walter Vitzthum y Anna Maria Petrioli Toffani. El principal impacto internacional de su obra fue la exposición Pintura italiana del siglo XVII en España en 1970, que supuso un espaldarazo importante en su proyección internacional por las excelentes críticas recibidas en las revistas de arte más importantes, como también lo fue la exposición que preparó en Sevilla titulada Caravaggio y el naturalismo español en 1973 coincidiendo con la celebración en Granada del Congreso Internacional de Historia del Arte.
En 1971 fue nombrado subdirector del Museo del Prado cuando Salas asume la dirección. Como ejemplo de su dedicación y trabajo, al año siguiente publicó su Catálogo de dibujos I: Dibujos españoles. Siglos XV-XVII (1972), pues siempre entendió que todo conservador debe dedicarse como actividad principal a la realización de los catálogos razonados de las colecciones a su cargo. De gran interés y pionera en su género fue la exposición que preparó sobre El Dibujo español de los siglos de Oro en 1980, en las salas de la Biblioteca Nacional, institución con la que siempre colaboró, consolidando una clara línea de investigación en la que se convirtió en historiador de referencia, como demostró años después en su Historia del dibujo en España. De la edad media a Goya, 1986. Importante fue también su dedicación a la historia del coleccionismo entre cuyas aportaciones, además de su tesis doctoral, es destacable su artículo “Las colecciones de pintura del conde de Monterrey (1653)”, 1977, especialmente por su relevancia y trascendencia internacional. En 1981 Pérez Sánchez dimitió como subdirector del Museo al ser nombrado director Federico Sopeña. En 1983 presentó una memorable exposición, también en las salas de la Biblioteca Nacional, que consolidó otra de sus líneas fecundas de trabajo: Pintura española de bodegones y floreros.

Entre sus dedicaciones universitarias no olvidó la gestión, siendo designado Vicerrector de extensión universitaria entre 1979 y 1982 en la Universidad Autónoma de Madrid, durante el rectorado de Pedro Martínez Montávez. Un año después fue nombrado director del Museo del Prado por el nuevo gobierno socialista, cargo que ocupó desde 1983 a 1991. Las líneas de trabajo que puso en práctica y que defendió en su toma de posesión habían quedado trazadas años atrás en la serie de conferencias impartidas en la Fundación Juan March en febrero de 1976 con el título, Pasado, presente y futuro del Museo del Prado, publicadas en 1977. Bajo su dirección el museo dio un salto cualitativo importante en la modernización de la institución en todas sus áreas, apoyado por el Patronato, y logrando una mayor autonomía. Se realizaron novedosas exposiciones de carácter científico, comenzándose una importante relación internacional, y afrontó con valentía la polémica restauración de Las Meninas, que llevó a cabo dentro de su política de mostrar en todo su esplendor las obras más importantes de la colección, de colaborar con los mejores especialistas, sin pensar en la nacionalidad, y con la idea siempre de la mejora y el avance de los jóvenes equipos de profesionales del Museo. Ejemplos de su trabajo fueron las exposiciones Pintura napolitana de Caravaggio a Giordano, 1985, Carreño, Rizi, Herrera y la pintura madrileña de su tiempo, 1986, Goya y el Espíritu de la Ilustración, 1989 y en 1990 la antológica de Velázquez que supuso el récord de visitantes a una exposición para el museo del Prado. Esta muestra abrió el museo a todo el público y marcó un hito en la historia de las grandes exposiciones, aspecto en el que Pérez Sánchez fue referencia indiscutible, combinando siempre la calidad de las obras expuestas, la riqueza del discurso expositivo y el avance en el conocimiento científico. No era amigo de las exposiciones de tinte ideológico, o tendentes al espectáculo, y sus montajes revelaban su sensibilidad y conocimiento de las obras de arte, y como él decía, “los cuadros encontraban su sitio en el montaje definitivo”. Soñó con que el Prado se ampliara en el vecino Palacio de Villahermosa pero la venida de la colección Thyssen y un nuevo concepto de museo que Pérez Sánchez no compartía, truncaron su anhelado sueño.

SALIDA DEL MUSEO DEL PRADO

Su salida del museo en 1991, al haber firmado el manifiesto de varios intelectuales vinculados al Ministerio de Cultura contra la participación española en la primera Guerra del Golfo, proponiendo conversaciones de paz, se vio entonces como una lección moral, que dejaba en evidencia la actitud cómplice del gobierno socialista que le había nombrado. Su gesto, fue un ejemplo valorado positivamente por sus colegas extranjeros al decir “no a la guerra”, respaldándole públicamente nombres como los de Michel Laclotte, Pierre Rosenberg y Philippe de Montebello. Javier Solana, que fue el ministro que le nombró, reconoció con el tiempo que “sus palabras, que iban en el sentido más profundo de la paz y la unión de los pueblos, más allá de los enfrentamientos culturales, tienen indudablemente un sitio en la Historia".
En 1992 fue comisario junto a Nicola Spinosa de la antológica dedicada a Ribera en el Museo del Prado, y ese año vio la luz su monografía Pintura Barroca en España 1600-1750 que acaba de ser reeditado, revisado y actualizado este año, en su sexta edición.
La relación de Pérez Sánchez con el Prado tras su salida como director fue intermitente y no siempre fluida con los sucesivos directores, aunque como patrono y director honorario siempre contribuyó con un criterio constructivo. Ejemplo de ello fue su participación en la comisión que dividió las colecciones del Museo del Prado y Reina Sofía por encargo del Ministerio de Cultura, influyendo para que se tomara la fecha del nacimiento de Picasso como referencia. Su actitud positiva de colaboración con los sucesivos directores y de consejero fue muy activa en la etapa de dirección de Felipe Garín, con Jesús Urrea como adjunto a la dirección y Manuela Mena como subdirectora de conservación e investigación. Con otros directores no ocurrió lo mismo, pero durante el mandato de Fernando Checa, éste le pidió ayuda, para que el cuadro de La condesa de Chinchón de Goya terminara finalmente en el Museo. Pérez Sánchez publicó entonces un contundente artículo en la tercera de Abc: “La condesa de Chinchón, asunto de Estado” el 24 de enero del 2000 que influyó poderosamente para el destino final del cuadro. Su interés múltiple se extendió también a la pintura del siglo XIX para lo que fue fundamental la dedicación de su discípulo José Luis Díez, comisario de la exposición La pintura de Historia del siglo XIX en España en 1992, fruto de un empeño antiguo de Pérez Sánchez para que se expusiera la pintura de ese periodo poco valorado. De todos los directores posteriores ha sido, sin duda, con Miguel Zugaza, con quien ha mantenido una relación más próxima que se remonta ya a los tiempos de dirección del Museo de Bellas Artes de Bilbao, y con quien siempre hubo empatía, incluso antes de que hiciera la exposición de Zurbarán. La obra final, 2000. Aunque su relación en los primeros años de la dirección del Prado fue cordial y cercana, la terrible enfermedad hizo que su contribución a la nueva construcción del museo disminuyera y que su anhelada exposición sobre Claudio Coello y el último barroco, quedara en un simple proyecto. Aunque nunca quiso honores ni los reclamó, sí le emocionó especialmente que fuera Giulio Carlo Argan quien le propusiera como Académico de la prestigiosa Academia dei Lincei de Roma en noviembre de 1992, a la que siguió su elección en 1997 como Académico de la Historia y en 1999 de San Fernando. En 2003 fue galardonado con el “Premio a la latinidad” por la Unión Latina, con sede en París, por su contribución a la difusión y estudio de la común cultura latina en Europa y América, y en el año 2007 el Ministerio de Cultura le distinguió con la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes por su aportación decisiva a los estudios del Barroco. La Complutense le otorgó la medalla al mérito docente en el año 2009. Su relación con otras instituciones y fundaciones se intensificó tras su salida del Prado. Su actividad como asesor de la Fundación Focus-Abengoa de Sevilla dio frutos tan maduros como las exposiciones: Tres siglos de Dibujo Sevillano, 1995; Pintura española recuperada por el coleccionismo privado, 1996 o De Herrera a Velázquez. El primer naturalismo en Sevilla, 2005. La generosa relación con esta fundación y su directora, Anabel Morillo, y el respeto mutuo ha dado lugar a la creación de un premio de investigación con su nombre, que este año cumple su segunda edición. También fue asesor de artes plásticas de la Fundación Marcelino Botín y de la Real Fundación de Toledo y Patrono de la de Arte Hispánico. Su vinculación con el Museo de Asturias se intensificó gracias a su amistad con Emilio Marcos y fruto de ello fue el continuo asesoramiento al engrandecimiento de la institución y el estudio de la colección Masaveu. Fue también Patrono del Museo de Valencia a propuesta de Fernando Benito y del IVAM.

INCANSABLE ACTIVIDAD INVESTIGADORA

Después de la publicación en 2001 de su monografía sobre Luis Tristán, vinieron los años de su cruel enfermedad, en los que no descendió su actividad científica. Sólo una mirada a su bibliografía, elaborada por Roberto Alonso Moral en el libro de homenaje que le dedicó el Prado y la Fundación Focus-Abengoa, sorprende al comprobar su actividad entre 2002-2007. Fueron los años en los que presentó, entre otras exposiciones y publicaciones: El Greco. Apostolados, 2002; Luca Giordano y España, 2002; la reedición actualizada del Catálogo de la colección de dibujos del Instituto Jovellanos de Gijón, 2003; “Velázquez y el retrato Barroco” en El retrato español. Del Greco a Picasso, 2004; Pintura española de los siglos XVII y XVIII en la Fundación Lázaro Galdiano, 2005; De Herrera a Velázquez. El primer naturalismo en Sevilla, 2005; Cuatro siglos de Pintura Europea en la Colección BBVA, 2006; Corrado Giaquinto y España, 2006. Los últimos años de su vida los pasó en casa rodeado de sus discípulos y amigos, con las visitas continuadas y fieles de quienes siempre le habían querido, admirado y considerado un verdadero amigo. Seguía todos los acontecimientos culturales con verdadero interés y, aunque privado de la voz y del movimiento, su mirada era penetrante por la capacidad de comunicación e inteligencia que mostraba. A pesar de su inmovilidad pudo culminar en el 2009 el libro sobre El Álbum Alcubierre de dibujos, y la exposición sobre El Joven Murillo, un proyecto largamente gestado desde que le fuera encargado por Miguel Zugaza para el museo de Bellas Artes de Bilbao, presentado gracias al impulso de su actual director Javier Viar. Se nos ha ido el 14 de agosto de 2010 una personalidad insustituible para la historia del arte español; independientemente de tendencias y metodologías de estudio, todos los historiadores tendrán que reconocer su titánica capacidad de trabajo, su generosidad, su sentido ético y sus compromisos intachables, su entusiasmo a la hora de transmitir sus conocimientos y su calidad de humanista integral, donde el cine, la literatura y la poesía tuvieron un papel vital fundamental. El vacío que deja es aún mayor cuando se percibe que las jóvenes generaciones no podremos nunca, ni siquiera, aproximarnos a su generosidad y grandeza intelectual.