Al final se ha conseguido después de dos intentos. El flamenco acaba de ser declarado Patrimonio inmaterial de la Humanidad en la sesión que la Unesco celebra esta semana en Nairobi. Asimismo han sido declarados también en la misma categoría: el canto de la Sibila mallorquín, la dieta mediterránea y el arte de la cetreria. Es todo un ejemplo de lo importante que son los valores identitarios y de las manifestaciones en las que los individuos, o un grupo, ve reflejadas sus señas de identidad. Es evidente que el Flamenco es la más viva expresión de un pueblo y que forma parte del modo de vida de muchas personas desde tiempo inmemorial. El Flamenco además está vivo. Afortunadamente no está en peligro y ello implica que, lo mismo que sucedió con el tango o con otras manifestaciones culturales que han sido declaradas patrimonio inmaterial de la Humanidad, con esta declaración se les da una notable proyección. No estaría de más que además se velara por conservar su pureza y por eliminar las contaminaciones que lo desvirtuan y lo desnaturalizan. Es evidente que una música o un cante puede servir de inspiración para otras músicas, pero una declaración como la de hoy, tendría que velar además por mantenerlo inalterable y con toda su esencia para legarlo a las generaciones futuras sin adulteraciones. Hoy todos los andaluces nos sentimos mucho más orgullosos de ver que la Unesco ha elevado a su máxima categoría, no solo una manifestación artística y cultural, sino una forma de vida con mucho "duende".
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