sábado, 6 de junio de 2020

Volver

Estaba impaciente. Mi última experiencia en un museo había sido el 3 de marzo en Gante, donde había visitado la exposición de Jan Van Eyck y tenía la sensación de haber vivido algo inolvidable, irrepetible. Por esta razón volver al Prado no era solo la oportunidad de reencontrarme con esa necesidad del arte que dijera Fischer, era algo más, significaba reencontrarme con mi pasado, con mi identidad, como el que necesita volver a reunirse con lo amado. Salí temprano de casa, al pasar por la Plaza del Rey vi a dos chicos acariciándose, a pesar de las mascarillas que llevaban pensé, de repente, que habíamos vuelto a la normalidad. La entrada en el museo no defraudó; a las ganas del reencuentro surgió una nueva sensación, la de entrar en un mundo nuevo, con unas sensaciones diferentes a las que había tenido otras veces.
La bienvenida del Furor desnudo era como el prolegómeno del poder de las imágenes cuando nos hablan para contarnos la verdad, nacida ahora de un nuevo discurso para los que queremos entregarnos a descubrirlas y gozarlas con ojos limpios, entregados sin pedir nada a cambio. Javier Portús ha recordado en varias ocasiones que uno puede seguir la historia del museo gracias a los cambios de la Galería Central y esta ocasión era de las excepcionales. Nunca desde la Guerra Civil el Prado había estado cerrado tanto tiempo, y a mis ganas de reencontrarme con él, se unía la de los personajes encerrados en sus historias y las de la retórica del nuevo discurso que se abría a nuestra mirada. Reconozco que estaba condicionado por la lectura de La dama duende de Georges Didi-Huberman. En este libro el pensador francés nos habla de la forma en la que Georges Bataille se había acercado al arte y cómo en su último libro Las lágrimas de Eros se dedicaba a escrutar la ambivalencia de las sonrisas humanas divididas entre deseos y dolores. Esa ambivalencia era la que marcaba el eje vertebral del museo, el corazón dividido entre Flandes e Italia y el mundo nórdico, con los grandes como únicos protagonistas, y por primera vez franqueándonos la propia galería Adán y Eva de Durero y en el verso los autorretratos de su autor y de Tiziano, uno y otro como padres de la pintura. La nota dramática del Descendimiento de Van der Weyden, quedaba compensada por la serenidad de Fra Angélico y la sensualidad de Antonello. Más adelante el aviso de la mesa de los pecados capitales venía a preguntarnos si quizás habíamos hecho tanto daño al mundo para explicar El triunfo de la muerte. De repente, el Noli me tangere de Correggio cobraba un nuevo sentido, un nuevo significado como consecuencia de la brutal pandemia. En ese opúsculo de La dama duende, antes citado, el autor se preguntaba sobre el origen de la palabra “duende” y yo estaba esperando que esa sensación, que ese sentimiento, ese no se qué, me atravesara, como recordaba García Lorca citando a un viejo maestro “el duende sube por dentro desde la planta de los pies”.

El Museo del Prado celebra el 'Reencuentro' con los visitantes, a ...

Y ese encanto misterioso e inefable lo encontré en la Sala de las Meninas, rodeadas de los Bufones, algo que habría hecho las delicias de Moreno Villa y volví a repetir esa sensación en la sala dedicada a Murillo donde la Inmaculada de los Venerables se medía con Rubens, Van Dyck, Herrera el Mozo y Antolínez. Ahí queda todo dicho y no hace falta añadir más.






Esa ambivalencia entre el dolor y el deseo era la que colmaba los guiños, la que sorprendía con los ejes, la que desbordaba con el descubrimiento de un nuevo Prado, nacido de la esperanza y dispuesto a calmar todo el dolor, aunque para ello sea necesario volver al Goya descarnado, el que se mide con Rubens al mostrar a Saturno devorando a sus hijos.

También Bataille reconocía en sus artículos en Documents que era “el pintor de lo imposible” en relación con esa “filosofía de la angustia” que veía también en la cultura española. Siempre que vuelvo a La carga de los mamelucos quiero encontrar el desgarro, ¿es esa la huella del autor de La Parte maldita?.




Esas cicatrices forman parte de la historia, así como esta exposición antológica, metafórica, única, forma parte de nuestra historia; una colectiva de sentimientos, agradecimientos, lamentaciones y esperanzas. Esas que hacen que salga colmado y con la sensación de haber vivido un momento único. Vuelvo a casa por San Antonio de los Alemanes, y de repente esa misma sensación de ambivalencia de dolor y deseo me vuelve a recorrer el cuerpo, pero se rompe mi pensamiento y me devuelve a la realidad, la de la cola de ciudadanos que a la puerta de la Hermandad del Refugio esperan la ronda de pan y huevo, esa cola que cada día es más grande y que podía ser otra instantánea del reencuentro, como unos invitados más a la nueva normalidad. 



1 comentario:

Unknown dijo...

Nos volveremos a sumergir en las vivificantes aguas del Prado, aunque ya no seamos los mismos tras la experiencia de estos meses.

Estupenda entrada, Benito. Me alegra que hayas retomado el blog.

Un abrazo, Jesús Á. Sánchez